Cierro los ojos y aprieto el gesto
fuertemente.
Cuento ya un año sin empleo.
Si tuviera que mencionar una emoción, diría
frustración.
Relajo los músculos pensando que las marcas
de la edad no me perdonarán más tarde.
Recuerdo qué me llevó a esta situación y se
tensan mis puños con impotencia. Estaba terminando la carrera de psicología
cuando me despidieron. Tampoco sé si hubiera podido aguantar por más tiempo al
psicópata misógino que tenía por jefe.
Analizando (aprovechando la psicología) la
historia de mi vida laboral, había llegado a la conclusión de que había vivido
muy de cerca las injusticias de un mundo hecho para hombres.
Respiré hondo hasta sentir que dolía
contener más el aire.
Siempre he confiado en que las cosas pasan
por algo, que la vida te empuja a donde debes ir y que las lecciones se repiten
una y otra vez hasta que obtienes una nota satisfactoria.
Abrí los ojos, esas memorias de malos
capítulos iban a quedar atrás.
Sonreí lentamente, primero con un esbozo,
después con sarcasmo y finalmente inspirada. Estaba a punto de echar a andar un
gran sueño. Estos meses sin trabajo fijo me habían permitido estudiar,
investigar, leer por placer de los temas que me motivan y preparar la
estrategia de este nuevo reto.
Me levanto del escritorio y me percibo más
liviana, es como si me hubieran quitado mucho peso de los hombros. Sé que he
soltado todo, sé que desde ahora sólo puedo pensar en parabienes. Estiro todo
el cuerpo y luego agito los brazos con decisión.
Miro de reojo las carpetas sobre el
escritorio, ese logo naranja y azul resalta en el papel blanco mate. Estoy
segura que mi mirada se ilumina también. Está ahí por fin, mi proyecto, mi
creación.
Será el arranque de algo que hace mucho
tenía en mente. Una empresa dedicada a la gestión de recursos humanos. Más de
una vez vi con desagrado que las empresas trataban al capital humano más como
capital que con sentido humano. ¿En qué momento dejó de considerarse valiosa a
la persona para tratar de exprimir sus conocimientos ahorrándole al máximo a la
empresa? Y es peor aún para las mujeres. Es absurdo que se siga pensando que
son pura emoción, que sólo son buenas para cuidar hijos y atender maridos. Y
que quienes lo creen ocupen puestos con el poder de diseminar ese pensamiento
como una semilla cancerosa.
Voy decidida a aportar mi experiencia para
luchar por la IGUALDAD desde mi trinchera. Estaré en una posición en donde
pueda dar la misma oportunidad para las mujeres y los hombres; para los recién
egresados como los de gran experiencia, para los jóvenes como para los mayores.
Para mí, todos deben tener la misma elegibilidad y puedo hacer una diferencia
al convencer a las empresas que el factor humano es clave y hay que retribuirlo
en consecuencia.
Cambiar el mundo no está en mis manos pero probablemente pueda
cambiar el panorama de algunas personas y eso me tendrá por satisfecha. La IGUALDAD no es un regalo, no es una conseción, es un derecho inalienable.